jueves, 13 de marzo de 2014

Don't let me down







Auguste Comte, creo, aunque quizá fue algún seguidor suyo, decía que la humanidad (refiriéndose al pensamiento) ha tenido una primera etapa religiosa, luego le ha seguido otra metafísica, y finalmente se encuentra en la más interesante: la positiva. Yo, personalmente, conozco a mucha gente que sigue viviendo en la primera y creo que jamás llegarán al positivismo. Pero esa es otra cuestión. Yo quería utilizar el juego de las etapas, que da mucho juego, para desarrollar mi propia teoría: creo que el hombre (no la humanidad, sino el individuo) pasa por una primera etapa de ilusión, luego le llega otra de pragmatismo y finalmente entra en la de la decepción.
Es terrible, pero, sin abandonar del todo el pragmatismo ni por supuesto la ilusión, yo siento que acabo de entrar en un estadio de mi vida en que me siento decepcionado por muchísimas cosas. Y no solo yo; veo a muchos amigos míos que les pasa exactamente lo mismo, además es algo que enseguida se nota. Al menos yo lo noto; claro porque también lo sufro. Sin ir más lejos, mi propio vecino, del que ya he dado suficientes referencias en anteriores artiblogs, el otro día estaba claramente decepcionado. Yo se lo hice notar y me lo reconoció sin disimulos. Mi mujer, mis hijos, me dijo, todos me han decepcionado bastante. Por no hablar del PP, siguió confesándose, que como sabes yo los voto siempre, pase lo que pase. Yo puse cara de “vaya, lo siento”, y luego le reconocí que, salvo en lo del PP, que estaba cantado, yo también me sentía decepcionado por un montón de cosas, muchas más de las que podía haber imaginado, pongamos… un mes antes. Y es que es así: entras en la etapa de la decepción de repente, sin mediar un periodo de adaptación, y eso hace que la sensación resulte mucho más terrible. Un día te acuestas feliz y esperanzado y al día siguiente descubres por primera vez en tu vida, que te sientes decepcionado. Y a partir de ese día, la decepción estará siempre presente, dentro de ti, con mayor o menor intensidad, pero siempre ahí, un sentimiento de ligero desencanto, agazapado y dispuesto a hacerse grande en cuanto le des la menor oportunidad.
Luego, mi vecino me dijo poniendo cara de filósofo griego y voz de sentencia, que hay que tener mucho cuidado porque la decepción es la hermana pequeña de la traición y muchas veces es difícil discernir con cual nos quedamos ¿Estamos decepcionados por el comportamiento de un amigo –me preguntó como si yo tuviera la respuesta- o nos sentimos traicionados?
No sé. Le contesté, ¿qué te ha pasado que te sientes así? Y mi vecino simplemente me contesto:
-Nada, no me ha pasado nada. La vida.
Pues vaya, le dije yo, y nos fuimos a jugar al tenis.





6 comentarios:

  1. Siendo honestos, lo primero que debería decepcionarnos somos nosotros mismos. Porque nosotros somos los grandes traidores de nuestras vidas; y si no, párate a pensar en todos los sueños que has traicionado (tú y el 99'9 % de la gente, servidor incluido).

    Hay sin embargo, no diré una solución, que no la tiene, pero sí al menos un paliativo: mantén vivo y lo más sano posible a tu niño interior, porque él conserva la virtud de la ilusión. ¿No será que tu niño interior anda un poco pachucho?

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    1. no te quepa la menor duda: cada cual es su principal traidor. Yo al menos lo tengo clarísimo conmigo.

      a mi niño interior a veces lo tengo, incluso, demasiado mimado. No, no creo que vayan por ahí los tiros... es... eso, la vida.

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  2. Cierto, cierto. Ahora, que yo tengo la suerte de haber vivido una primera etapa, la de la ilusión y esperanza, muy corta. Así que de bien pequeñito me acostumbré a las decepciones. Desde entonces, de forma evidentemente enfermiza, acabo decepcionado si no experimento al menos una desilusión por semana. Si es que todo está en las expectativas que uno tenga.
    Y lo del tenis lo entiendo perfectamente. El juego es la mejor terapia para mantener destellos de ilusiones, aunque sea la de ganar algún punto. Yo hacía lo mismo con un amigo, pero era tan mal jugador que opté por cambiar la pista de tierra batida por una de frontón. Allí, si la pared me devuelve la pelota con saña, sólo puedo decepcionarme conmigo mismo.

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    1. Sí, pero las decepciones de juventud no tienen nada que ver con las que te llevas más adelante. Espérate y verás.
      Tiene gracia lo de cambiar el tenis por el frontón; efectivamente, cuentas con la seguridad de que te va a devolver la pelota, además con la misma energía que con la que la lanzaste, descontando la absorbida por la pared y la absorbida en la deformación de la pelota, pero como es un choque elástico, ésta la recuperas, salvo unas pequeñas pérdidas que se transforman en calor que sirve para aumentar la temperatura de la pelota, por lo que en el siguiente bote, la pelota estará más caliente y el choque será más elástico por lo que recuperarás más energía, es decir, a medida que vayas jugando , notarás que la pared se vuelve más agresiva y te irá devolviendo la pelota con más saña, hasta que consiga alcanzarte con tal violencia que además de llevarte una decepción, puedes acabar en urgencias con un ojo morado. Así, que mucho ojo.. ;-))

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  3. me parece muy aguda reflexion y como dice Cesar lo importante es mantener vivo y coleando al niño interior, para no salir de la etapa de la ilusion. A veces es duro pero siempre es necesario.
    Por cierto me he comprado tu ibro y me esta gustando mucho, En hora buena

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  4. estoy de acuerdo con César y por tanto contigo.
    Me alegra muchísimo que te guste y espero que te siga gustando hasta el final.
    Gracias.

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